19 Apr, 2024
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El diario de Lali #1: Clase de montaña

Inauguramos nueva sección en Salvaje, estamos muy contentos de incorporar al equipo a Lali Moratorio, con un espacio dedicado al Trail Running, pero sobre todo, a las aventuras, personas y lugares que rodean las carreras (muy salvajes, por cierto). De ahora en más, estamos en contacto con este mundo a través de «El diario de Lali». En esta primer entrega, Lali cuenta las peripecias de una carrera alucinante por las montañas de Bariloche, llamada Paso Vuriloche, Ultra Trail Patagonia.

Hay decisiones que se toman sin pensar. No hay lugar para evaluaciones, son viscerales, ante cierta situación, se actúa y listo. Así fue cuando mamá se enfermó, no tuvo lugar la especulación, estuve con ella todo lo que pude, a su lado fue mi lugar.

Hay otras que evaluás, quizás consultás con alguien, dudás cuál es la mejor opción. Algunas son trascendentales y otras aparentemente no. Todas ellas, día a día definen quién sos. Me gusta ese poder, creo en que cada uno, en cada elección, decide cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Eso es el principio de la libertad, poder elegir. Siempre que puedas elegir algo, aunque sólo sea con qué actitud enfrentar lo que la vida, el entorno o el momento te impone; entonces hay libertad y a mi me encanta mi libertad.

Una vez, mi entrenador me dijo que una buena carrera de ultra distancia, es un conjunto de decisiones acertadas. Tenés que conocerte mucho, saber bien quién sos y quién querés ser, ser paciente, inteligente, valiente también. A partir de ahí tenés que saber cuando bajar el ritmo, cuando apretar, cuando comer, tomar agua, abrigarte o desabrigarte.

El 29 de enero salí de casa con mi mochilota, mis Altra y un libro. No volvería hasta 15 días después. Me iba a buscar experiencias, volvería repleta.

Muchas horas de bondi, muchas.

4 3 2 1 es el último libro de Paul Auster. Una misma persona, Archie Ferguson, distintas decisiones, cuentan 4 vidas diferentes. Fue mi compañero de viaje. Salí de casa algo asustada y a la vez encantada de ir a conocer lugares y personas que me sacudieran un poco, de exponerme a situaciones desafiantes. Me fuí a correr los 36 km de El Paso Vuriloche (San Carlos de Bariloche) y los 70 km de Kumen, Aconcagua (Mendoza).

Con el sur fue un flechazo. 30 horas después de salir de casa, abro los ojos y me encuentro con el Lago Gutiérrez, el agua de ese color único rodeada de árboles daba ganas de saltar del ómnibus. Todo sería cada vez mejor. Las casas de madera de un buen gusto notable, todas con su antesala de jardín florido, el chocolate, la gente y claro, la montaña.

El Universo fue muy generoso con ese rincón del planeta y Bariloche lo agradece, lo retribuye. Mi estadía ahí fue una sucesión de postales increíbles y encuentros especiales. Me enamoré.

Llegué a la terminal y Fede (el organizador de la carrera) pasó a buscarme para llevarme a las cabañas donde se alojaba el staff, en la base del Cerro Catedral. Para mi sorpresa, tenía la camioneta llena de frutas y verduras. Él es una persona que estuvo toda la vida vinculada al deporte. Ya fuera corriendo, pedaleando, esquiando, escalando o atajando pelotas; además es un adicto a los dulces que últimamente se había dejado estar. Hace un par de meses decidió que no quería ser gordo y actuó en consecuencia. Eso explicaba el cargamento de la camioneta. Festejé y acompañé esa decisión, nos matamos a ensaladas todos los días, chochos de la vida.

El estar alojada con el staff, te da posibilidades únicas. El primer día pude ser testigo de la reunión previa a la carrera que tuvo todo el equipo de trabajo. Además de los de siempre, había un puñado de gente local. Me llamó la atención Andi, un hombre que hablaba con total naturalidad de ese mundo increíble: la montaña. Con una paz en el decir que le daba total autoridad. También estaba Vero. Una mujer fuerte, decidida, sin vueltas. De esas que te das cuenta que si no te quieren pueden ser una pesadilla y si te quieren estás a salvo de por vida. Mientras la escuchaba, supe que quería estar en el segundo grupo.

Al día siguiente fuimos a marcar parte del circuito de la carrera. Salimos de Pampa Linda rumbo a Laguna Ilon. Después de subir un cerro precioso, casi 3 kilómetros de ascenso empinado, técnico, con curvas, escalones pronunciados, piedras, cruces de agua, salímos a un mallín que es una especie de bañado abierto con el inmenso Tronador a un lado, cubierto de nieve mientras el sol brillaba al mediodía del último día de enero.

Después vienen unos 5 kilómetros de bosque que bien podrían haber servido de locación a “El señor de los anillos”, muy hermoso. Un sendero divino que se mete entre los árboles y ya es perfecto, pero muere en una playita que te presenta el mismísimo paraíso: Laguna Ilon, con su agua transparente, helada, deliciosa, rodeada de bosque y al fondo, bien centrado, otra vez, el Tronador, omnipresente. Lo describo y me da emoción recordarlo.

Por supuesto que me bañé y después tuve un momento sublime comiendo frutas y calentándome al sol en la orilla mientras mis compañeros trabajaban armando el puesto de abastecimiento que funcionaría allí durante la carrera. Me costó irme de Ilon. Había entendido que mi circuito de carrera no pasaba por ahí, pensé que no iba a volver en mucho tiempo. Por suerte me equivoqué.

De vuelta en la cabaña donde nos alojábamos, conocí a la mujer que la alquilaba. Mi amiga, Ale me había hablado maravillas de Flor, esa mujer que le vendió su casa en Buenos Aires, cuando decidió irse a vivir a Bariloche, ese lugar lejano y bello. Muchos lo soñamos, algunos se animan. Ella es una súper atleta, mujer todoterreno, con una personalidad que te deja claro al instante quién es la “hembra alfa» de la manada. Encima es muy graciosa, la admiré en silencio.

Al día siguiente me desperté encantada con la vista del Catedral desde mi ventana, compartí el almuerzo con Fer y el Tibu, atletas catamarqueños que estaban tan agradecidos y maravillados como yo de conocer el sur. De tarde salí a trotar por un camino de ripio que después de 6 kilómetros, desemboca en una playa del Gutiérrez. Está repleto de flores y arbustos silvestres, amancay, reina mora, muticia y por supuesto rosa mosqueta. En un momento, entre todas ellas, un árbol con frutos. Me acerco, son manzanas, increíble, manzanas gratis al costado del camino. Luego encontraría frambuesas. Bariloche es así, te premia a cada rato.

El viernes 2 de febrero, a las 7 am, largamos la carrera. Hacía bastante frío, yo estaba tranquila y contenta. Compartía línea de largada con atletas de gran trayectoria, como Charly Galosi, Nico Alfageme, un placer aunque sea verlos largar.

Salí mirando a la punta femenina de atrás los primeros 50 minutos de carrera, estudiando. Me dí cuenta que había una flaca de pollerita que sabía muy bien lo que hacía. Sería mi descubrimiento del día: otra Florencia. En los kilómetros siguientes fuimos juntas. Fue precioso (y desesperante por momentos) verla bajar y subir por pedreros, tramos de nieve, senderos de montaña, el mar de piedra. Tiene un trekking implacable, sube como cabra y apenas se aplana el terreno empieza a trotar aparentemente sin esfuerzo alguno.

Crédito foto: Diego Winitzky

El circuito de la carrera no nos dio respiro, por lindo y por duro. Pura montaña picante y variada. En el kilómetro 20 decidí dejar ir a Florencia, intentar seguirla sería hipotecar mi llegada a la meta. Yo me conozco y sabía perfectamente que lo que venía haciendo era muy bueno, simplemente, ella era mejor.

Las trepadas cada vez me significaban un mayor esfuerzo y las bajadas con las” piernas bobas” siempre eran un riesgo de caída. “Preciso un bastón”, pensé. En ese instante la ví, una caña firme, del largo perfecto. Gol. Me acompañaría el resto de la carrera.

Al rato, me anuncian que estoy cerca de llegar a la laguna. –¿Ilon?-pregunto. La respuesta es un si que me saca una sonrisa, la volvería a ver. Sigo por el bosque, veo una silueta que camina la montaña como si fuese el living de su casa. Es Andi, me dice unas lindas palabras. Sigo. Llego a Ilon. Fiesta.

Todos, ya sea trabajando o corriendo estuvimos felices de encontrarnos en el paraíso, por lo menos yo lo sentí así. Miro la laguna por última vez (eso creí) y encaro el bosque con un compañero, también uruguayo. Quedan 8 kilómetros de bajada, que ya conozco, hasta encontrar la meta. Me voy regulando hasta agarrar el tramo de bajada de 3 kilómetros y ahì me entrego. A jugar, a dar todo y que sea lo que sea, es una carrera y a mi me encanta correr. Hice una bajada frenética, sin margen para errores. Preciosa. Muerta de calor, agradecí cruzar el río y ya pude empezar a palpitar la llegada. ¡¡¡Qué momento ese!!! Es magia pura, lo quiero vivir mil veces más.

Unos metros antes de llegar la veo a Florencia, la ganadora, la felicito, me sonríe y me aplaude. Es más fácil perder con alguien adorable. Más tarde me enteraría que la noche anterior no se creía capáz, dudó si largar la carrera. Por suerte, esta maestra de escuela de Bariloche que entrena como pocas decidió correr y darme una clase de carrera de montaña. Yo llegué segunda en damas y sexta en la general, un carrerón.

Siempre que cruzo una meta me vienen ganas de abrazar a mis hijos, o por lo menos, hablar con ellos. En Pampa Linda no hay señal y estás a 2 horas de Bariloche. Conseguí salir de ahí con Vero, la mujer que llamó mi atención en la reunión de staff. Había corrido los 36 km. Volvimos conversando, compartiendo sensaciones de carrera, vivencias de corredoras, de madres, de mujeres. Nos reímos, nos entendimos. Supe al despedirme que podría entrar al grupo selecto de gente que le cae bien. Por mi parte, ella ya era alguien a quién yo quería volver a ver.

Me contó que está enamorada de Andi hace muchos años y es su mujer hace como 15. Me contó la historia. Còmo no pudo elegir y se enamoró irremediablemente, pero si pudo elegir como vivir ese amor, lo esperó digna y pacientemente, lo adoró de lejos hasta que fue su mometo. Hoy tienen 3 hijos y una vida preciosa.

Llegué, me bañé, hablé con los melli y con Ruben, mi entrenador. Me hice un omelette con ensalada y me acosté a dormir. Al día siguiente, tuvimos una entrega de premios memorable en el Refugio Berghof, en el cerro Otto, cerquita de la casa de quién dá nombre, Otto Meiling, un montañista, rústico de verdad, que merece un capítulo aparte. Su casa está convertida en museo, no dejen de visitarla si pueden, ni a Claudio y su familia, que atienden el refugio y nos agasajaron con un pollo al disco de arado servido en cazuelas de pan, cerveza artesanal, una mesa de postres caseros deliciosos y abundantes, buena música y una vista al lago inmejorable.

Todo era muy perfecto, hasta que nos enteramos que hubo un problema con la basura del puesto de Ilon, requería una solución inmediata, había que subir y limpiar. No dudé en ofrecerme, porque estoy agradecida con Salvaje, porque ese lugar no puede estar sucio y porque tenía la excusa para volver a mi paraíso de senderos divinos y zambullirme otra vez en el agua perfecta.

Tuve la suerte de que Vero se ofreciera a acompañarme. Trekking de montaña y charla en buena compañía eran un gran plan.

Me enteré de cómo crece el llao llao en los árboles, supe de la historia de amor de Andrés padre y Helen, de cómo el gato de Helen la despidió cuando falleció el invierno pasado luego de una vida intensa que incluyó zafar de la Segunda Guerra y vivir una vida simple y felíz, haciendo el bien. Nada menos. Me enteré de como Andi creció visitando a Otto. Supe de cómo su hermano, el Chule ama la montaña. La cuidó, juntó la basura que otros dejaban ahí. La caminó y la esquió tanto que tiene los pies destrozados y solo puede calzar chancletas.

Me enteré de cómo llegó a estar desde agosto inmóvil en un Hospital, con un pronóstico complicado y todos los días decide qué comer, preferentemente cosas caseras y frutas que cosecha su padre de más de 90 años, decide recibir a su montón de amigos que desde hace meses copan el horario de visita, con ganas de más.

Me fuí de Bariloche al día siguiente. Quedó pendiente ir al Jakob, entre otras cosas. Decidí firmemente volver.

Próximamente, nueva nota de El diario de Lali, con su carrera de Mendoza.