02 May, 2024
Montevideo
22 ° C

El diario de Lali #4: Rio de Janeiro es amor

Así, como las fans de Ricky Martin, que lo aman sin haberlo visto jamás e intuyen que si la vida les regala tenerlo frente a frente será para confirmar lo que ya sienten: que está hecho a la medida de lo que (para ellas) es la perfección. Así me pasaba con Río de Janeiro. Una ciudad única: salvaje, divertida, musical, genuina, maravillosa. Esta historia entre Río de Janeiro y yo, es amor y recién empieza…

Para conocer más historias del diario de Lali en Salvaje, hacé click ACÁ

 

 

La llegada, en medio del Mundial y la gripe

El trámite de ir a confirmarlo, fue la gloria. Fuimos con Gonza, que nunca le dice que no a nada si tiene que ver con naturaleza, deporte, playa, helados o caipirinha, esto último, toda una novedad. En Río conviven la pobreza con la riqueza, la mata atlántica con el asfalto y los cariocas con los turistas. Eso es posible, porque en Río todo está bien, y si no está bien, ya se va a arreglar, relajate y gozá.

Llegamos el 4 de julio, la copa de fútbol estaba en su plenitud, tanto Uruguay como Brasil quedaríamos afuera en los días siguientes, pero eso aún no me preocupaba, sólo pensaba en qué hacer con la gripe asesina que me perseguía hacía cuatro días y amenazaba echar por tierra todos los planes de trekking que me había armado el último mes. Entonces, me dije; listo, relajate y gozá.

El plan fue, muy a mi pesar (no tomo ni ibuprofeno normalmente), ir a una farmacia y hacerme de todo lo que me ayudara a hacer de cuenta que aquello no estaba sucediendo. Resultó. Pasé unas noches para el olvido, pero de mañana empezaba a tomar fuerza y luego salíamos a la playa o a buscar rutas de trekking.

 

Arpoador, un clásico punto de surf.

 

Paseo de turista y trepadas por los morros

El primer día fuimos a las playas Copacabana e Ipanema, hicimos la del turista tradicional. En la playa es muy fácil reconocer a los turistas, somos los más pálidos. Cuando nos ven llegar, hipnotizados por el color y la fuerza del agua, el paisaje único de los morros, la sonrisa tonta que es de fascinación de estar ahí, se nos acercan con una lluvia de ofertas: camarones, cocos, choclo, queijo quente, jugos, música en vivo en tu propio pareo, pareos también te ofrecen y también sillas, sombrillas, zungas, vestidos, bikinis y por supuesto, caipirinha, ojo, si decís “si” a ésta última, podés terminar diciendo que si a todo lo demás y más, pero hay pocas cosas tan disfrutables como una caipi en Ipanema.

El segundo día, luego de ver a Uruguay quedar afuera en cuartos de final, pasado el mediodía, nos fuimos a trepar el pan de Azúcar hasta donde pudiéramos. Yo había leído que en determinado momento se hacía imposible el ascenso sin equipo de cuerdas, que no teníamos, pero a los dos nos encantó el plan de intentarlo.

Llegamos a Playa Vermelha que queda a dos kilómetros de Copacabana. Es muy linda y tranquila. Desde ahí, en lugar de tomar el telesférico (bondinho) y ascender al Morro de Urca para tomar un segundo bondinho que nos lleve a la cima del Pan de Azúcar, buscamos la trilha (trillo, sendero) para subir a pie. Ese camino se llama Claudio Coutinho, arranca al costado de la playa, un camino empedrado, repleto de vegetación y vistas hermosas del océano. Es un clásico paseo carioca.

 

 

Los carteles, te empiezan a anunciar que vas a ver monos ¡y es así! También vimos unas mariposas negras y azules que impactan por su belleza, gran variedad de pájaros y muchas lagartijas. A los pocos metros, está el trillo que sube al morro de Urca, es muy accesible, con calma, cualquier persona sana puede recorrerlo, es como una gran escalera, muy entretenida. En unos minutos estás arriba, te hiciste un trekking precioso con vistas impagables y te ahorraste unos cuantos reales evitando el primer tramo del bondinho. Si en lugar de meterte en ese sendero, seguís por el camino que bordea al Pan de azúcar vas a recorrer algo menos de 3 km y llegás a la entrada del trillo que sube a ese morro. Fue lo que hicimos.

Es algo peligroso, pero si estás entrenado, no te dan pánico las alturas y sos precavido, podés encararlo y es la felicidad pura. Por momentos las rocas son tan empinadas que tenés que trepar como un mismísimo mono. La piedra tiene buen agarre, es divertidísimo, la vegetación es abundante pero nada agresiva, no hay espinas, sólo tenés que ocuparte de atender el camino y parar cada tanto a apreciar la vista, sonreír y agradecer estar de aventuras en el paraíso.

Luego si, confirmado, llega un tramo que tiene un ascenso por una pared de roca que es muy riesgoso hacer sin un equipo de cuerdas, pero llegar hasta ahí bien valió la pena y siempre podemos volver equipados. La primera en completar ese ascenso, en 1817, fue Henrietta Carstais, una mujer inglesa muy valiente. Al llegar a la cima plantó una bandera de su país. Le duró poquito porque al otro día un soldado portugués hizo el mismo ascenso y la cambió por una de Portugal.

 

 

Volvimos por donde llegamos y la bajada fue más emocionante que la subida. Al llegar al trillo que sube al Morro de Urca, lo tomamos. Arriba, era una fiesta amarilla y verde, lleno de bolichitos que ofrecían lo que quisieras de tomar o comer rodeadas por gigantografías de Neymar y sus compañeros, pantallas gigantes y parlantes transmitiendo el partido, estaba todo decorado y las brasileras todas muy diosas producidas para la ocasión, vimos mujeres realmente divinas.

Nosotros hinchábamos por Brasil, por sudamericanos y porque esa noche íbamos a cenar en Copacabana y queríamos que estuvieran felices, tocaran música y se divirtieran, para sumarnos a su diversión. Subimos al telesférico atendido por unos funcionarios que se bancaron nuestra impertinencia y falta de timing con una amabilidad importante, mientras miraban como Tite sufría en la pantalla de un celular y cruzamos.

En la cima del Pan de Azúcar, en la tele de una cafetería repleta de gente vimos a Brasil quedar afuera del mundial de fútbol. Los cinco empleados seguían atendiendo con una cortesía admirable a todo el que se le antojara un chocolate o un cortado, mientras a ellos se les moría la ilusión de dar un paso más en Rusia 2018.

 

 

Aprender a perder como carioca

Esa misma noche, en Copacabana, el ambiente era de fiesta. Todos los boliches con música en vivo, cavaquinho, pandeiro, baile, risas y remeras verde-amarellas por todos lados. Ellos defienden su vocación de ser felices con risas fuertes, música y mucha cerveza. Nos sumamos a su fiesta. Pensé que tenía mucho que aprender mi mentalidad uruguaya de aquella gente. Pensé en lo bien que les había hecho perder en 1950 y en lo mal que nos hizo a nosotros ganar, como nos cuesta asumirnos “peores” de lo que somos en nuestras expectativas, o peor, en las de los demás. Pensé en cómo nos contamos el cuento de la garra charrúa hasta creernos tan especiales que quedamos incapacitados para valorarnos de verdad.

Me dió pena por nosotros y me sentí incómoda conmigo, vengo de comerme dos palizas en la montaña corriendo carreras y más allá del ejercicio de asumir que no estaba preparada para esos desafíos, sentía que quedaban cosas por aprender de mis derrotas y que posiblemente mi ego no me había dejado ver todavía. Ví tanta dignidad y alegría de ser en aquella gente que decidí que aprendería a perder como carioca.

El tercer día era el último que nos quedaba para dedicarlo a pleno a tachar pendientes en mi lista de lugares por conocer y realmente, hicimos un periplo del que podemos estar orgullosos. Con un tour frénetico y felíz que arrancó temprano en la mañana, pudimos llegar a subir desde el Parque Lage por una senda preciosa y muy bien marcada al Corcovado. No es lo mismo que te lleven en auto, tren o camioneta que subir a pie, es un trekking largo, pero accesible. Sólo hace falta buen calzado y agua, es gratis.

 

 

De parques y cascadas

El parque Lage es divino, un pedazo de selva en medio de la ciudad, es impactante, la vegetación manda.
Atravesando unas grutas, nace el trillo que sube al Cristo, ahí te registrás y subís. Son algo así como 7 km de pura diversión, por momentos es bastante resbaloso porque la vegetación hace que no llegue el sol y es muy húmedo. Al llegar arriba, a no ser que pagues un ticket, al Corcovado lo ves lejos y de espaldas, pero como el camino es la recompensa según dicen, y yo creo que es así, lo saludamos desde ahí y nos premiamos con una bajada estupenda, disfrutando cada paso, esquivando cada rama, saltando cada roca encantados de estar ahí y listos para nuestro próximo punto en mi lista.

Llegamos a Parque de Tijuca en taxi, podíamos ir trotando o en bondi, pero no nos daban los tiempos. Fuimos subiendo por una calle que trepa y que señala cada 100 mts que por allí conviven autos, caminantes, corredores, bicicletas y efectivamente, conviven, se respetan. Está lleno de ciclistas subiendo y bajando sin miedo de que un caminante imprudente los sorprenda en una curva o peor, un auto a toda velocidad. Es muy lindo y un gran lugar para entrenar trepadas.

Llegamos a la “Cachoeira das Almas”, una cascada que según dicen, te limpia el alma si te bañás en ella. Desde ahí encontrás un trillo que te lleva a una segunda y una tercera cascada. Fuimos. En la tercera no había gente, nuestro premio fue la paz de escuchar sólo el agua cayendo y así, sobre un tronco, descansar. Bajamos a pie y pasamos por Ibs, una bicicletería con servicio de café y bar, todo tipo de alimentos para reponer energías, piscina de crioterapia y camilla de masajes, chusmeamos todo y nos fuimos a comer algo. Luego directo al destino número tres, La Rosinha.

 

 

Rosinha, el otro Rio de Janeiro

Sabía que había otro Río, que no es el de las playas y los cocos, sino el que se adivina en el niño que viene a ofrecerte el coco en la playa, quería conocerlo. A los lugares, como a las personas, para amarlos, hay que conocerles lo que no te muestran en la primera cita. Según tengo entendido, La Rosinha no es la favela más complicada hoy por hoy, y yo sólo conocí su calle principal, pero me alcanzó.

Caminamos unas diez cuadras de ida y otras 10 de vuelta, ascendimos por la veredita mínima que bordea la calle, cubierta por una maraña de cableado eléctrico que es tan abundante que parece un techo, repleta de basura que huele fuerte y se mezcla con el olor de la tentadora comida callejera, ruidosa de voces fuertes, músicas que se superponen y arriba de todo eso bocinazos de motos y más motos que suben y bajan con un orden propio inentendible para mí.

 

 

Si mirás a los lados, cada tanto aparecen escaleras o callecitas que bajan abruptamente y ahí, donde yo no llegué es que debe empezar la Rosinha, seguramente repleta de historias de amor, de superación, de ternura, de odio, de dolor, como cualquier otro lugar, pero supongo que si se puede elegir, nadie querría que sus hijos nazcan ahí, porque nacen en franca desventaja, eso es así. La Rosinha te duele, te da impotencia y algo de vergüenza de tu suerte de turista. La Rosinha no está hecha de colores brillantes como en los souvenirs que compramos, sus colores son reales. Es intensa, así se ve, se oye y se huele.

 

 

La última parada de ese día fue la escalera de Selarón, una obra de arte ubicada en el barrio de Santa Teresa. Llegamos casi al atardecer. Por suerte aún con luz para apreciar la decoración de azulejos que Jorge Selarón comenzó hace casi 30 años en esa escalera y que continúa en constante renovación sumando azulejos de todos colores, formas y tamaños, con leyendas y dibujos que hacen el paseo súper entretenido. Nos agarró la noche paseando por Santa Teresa, este barrio bohemio, repleto de bolichitos y tiendas de arte, ubicado en las empinadas laderas de un morro. Subimos muy lento, disfrutando, ya habíamos trepado medio Río y las piernas lo sentían.

 

 

Fuimos escuchando música divina, proveniente de fiestas que había en las casas elegantes que hay cada tanto, reseña de que en una época las clases más acomodadas vivían ahí. La luz de la estación del tren se mezclaba con los últimos rayos de sol, nosotros paseábamos disfrutando todo, mirando cada detalle y riendo, quizás de satisfechos por haber exprimido el día, quizás por la caipirinha de mandarina y menta que tomamos, quizás de pura y auténtica felicidad carioca, que ya se nos había pegado.

Me quedaron pendientes la trepada al Morro Dois Irmaos, a Pedra da Gavea, a Pedra do Telégrafo, el paseo por Leblon, la Playa do Perigroso, hacer escalada, animarme a hacer ala delta e intentar surfar en Arpoador. Les recomiendo tener en cuenta esos paseos también si andan por ahí. Yo lo voy a hacer, me prometí cumplir con todo, le prometí cumplir con todo. Esta historia entre Río de Janeiro y yo, es amor y recién empieza.

Volví a casa con la salud bastante deteriorada, siguieron 20 días de congestión, tos y malestar que me dejaron afuera de mi siguiente desafío de montaña, tuve que ir a Córdoba a ver Turmalina de afuera, pero no me pesó tanto, estoy aprendiendo a joderme sin llorar y disfrutar lo que la vida me ofrezca aunque no sea exactamente lo que yo tenía planeado. Acabo de llegar de Córdoba y la verdad, la pasé bomba, como dice Charly, la alegría no es sólo brasilera.