29 Apr, 2024
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Mar Profundo: el nuevo libro de Ariel González Testen

Una charla con la leyenda del surfing uruguayo, Ariel González Testen, sobre su nuevo libro Mar Profundo.

A comienzos de los sesenta, entre las canchas de básquet del Club Tabaré y la playa Pocitos, surgió uno de los pilares del nacimiento del surfing uruguayo. Ariel González Testen ha desarrollado diferentes facetas en su vida, fue profesor de Educación Física, guardavidas, campeón de básquet y de surf, entre otras cosas. Pero lo que nos convoca en esta entrevista es su faceta como escritor. A lo largo de sus publicaciones -este ya es su quinto libro, que tendrá un volumen II- Ariel nos invita a reflexionar, a cuestionarnos, a buscar adentro. Nos muestra la parte espiritual del surf, esa que sentimos pero no vemos, y nos invita a conectar con ella. Además de contarnos, de primera mano, cómo era surfear en las playas uruguayas cuando el surf era un deporte prácticamente desconocido.

¿Cómo nace Mar Profundo?

Mar Profundo nace durante los dos años de la pandemia. Los humanos, en épocas de crisis, donde la vida nos llama un poquito más profundo a reflexionar sobre ella, tenemos diferentes maneras de expresarnos. Escribir siempre me significó una manera catártica quizás, pero segura de poder comunicar las cosas que yo siento. No soy muy buen orador, pero capaz que logro comunicar las cosas con mayor facilidad a través de la escritura. En esos momentos de aislamiento y tanta duda, de bombardeo de incertidumbres y miedos, a mí me daba por reflexionar. Hablábamos mucho con Norma, mi señora. Los dos somos adultos mayores, estábamos en la franja de riesgo. Entonces estos temas se veían todos los días, ayudado un poco por los medios que nos saturaron de todo esto. Ahí salió Mar profundo.

Foto: @casaeditorialhum

Hubo un momento en el que el surf estaba prohibido y la policía sacaba a surfistas de la playa en todo el mundo. Has contado experiencias parecidas cuanto empezaste en el surfing. ¿Te hizo acordar a eso?

Un poquito (risas). Es el sistema contra una discrepancia contestataria de algo que el sistema impone. De una manera se nos demonizaba, de que éramos inconscientes. El sistema pedía reducirse al mínimo, no exponernos a la naturaleza y tratar de mantener poca sociabilidad, sin embargo los surfistas estaban en el agua. Era un anacronismo, una discrepancia inclusive con las reglas sanitarias. Uno puede estar al aire libre guardando la distancia correcta y va a estar mucho mejor que respirando un aire confinado. Estaba el miedo atravesado en la sociedad, en todos los estamentos, gubernamentales y civiles, entonces no se sabía muy bien qué hacer. Ahora estamos mucho mejor, justamente la recomendación es esa, de poder estar en mayor contacto con la naturaleza y al aire libre.

Mar Profundo tiene la colaboración de Eduardo Bolioli en el arte. ¿Cómo se dio esa conexión con él?

Hace cuatro años, nosotros colaboramos con la Escuelita de Mar, en la playa de Malvín, que trabaja con personas con capacidades diferentes. Un día me crucé con Eduardo, recién había llegado de Hawái y estaba con su esposa. Estábamos charlando y me dice «che, sacaste Playa Sola, si seguís escribiendo yo te puedo ayudar con mi arte». Y bueno, ese fue un contrato más o menos en al aire, de un surfista de alma a otro surfista de alma. Pero esta vez me acordé. Yo admiro el arte de Eduardo, él puede graficar todo el espíritu polinésico en sus diagramas. Lo llamé y sucedió algo mágico. Uno de los dibujos que están en el libro es una cabeza humana donde emerge una ballena. Los polinesios le llaman unhipili a lo que sería el inconsciente. Ellos dicen que estamos parados arriba de una ballena y distraídos pescando mojarritas. Ese ser misterioso y colosal, que habita en la profundidad del océano, ellos lo representan como el inconsciente. Entonces le digo «Eduardo, yo no sé porqué dibujaste una ballena emergiendo de la mente humana, pero coincide justamente con lo que voy a escribir ahora de la ballena”. Ahí me contó que se lo había dedicado a su papá, que había fallecido en la época en que yo escribía Playa Sola. Eduardo prestó todo ese arte sin pedir recompensa, una especie de ofrenda de un hermano a un hermano del mar, y eso yo lo reconozco en el alma.

Dibujo de Eduardo Bolioli – @eduardobolioli

¿Cómo recordás esos primeros momentos cuando descubriste que existía el surf?

Estamos hablando de hace medio siglo. Era otro contexto socioeconómico y político, inclusive folclórico. Las costumbres playeras de los uruguayos estaban más afianzadas al sedentarismo, al quietismo. El agua era bastante ajena a la recreación popular. En lo personal yo ya traía una experiencia atlética bastante intensa desde niño con el básquetbol, después cuando entré al Instituto de Educación Física con el atletismo. Entonces el rigor atlético de tirarme al agua a nadar, remar o surfear no fue extraño para mi cuerpo ni para mi perfil mental. Pero sí para todo ese entorno de folclore uruguayo. Evidentemente éramos gente que estábamos transgrediendo ciertos códigos. Inclusive el surfing que nos llegó a nosotros, el malibuense, vino acompañado de cierta moda. Por ejemplo, el estar en la playa sin mucha etiqueta. El movimiento hippie también atravesó la década de los sesenta. Donde se trató de acercarse a la naturaleza, de vestir de una manera minimalista y simplista. Nosotros adoptamos todas esas costumbres, que no eran normales dentro de la juventud uruguaya. Por otra parte, yo jugaba en el Club Tabaré, que cameponó en la década de los sesenta. Tenían cinco jugadores formidables, a mi me tocó jugar en ese equipo, tenía que alternar con ese nivel en primera división. En mi casa las expectativas familiares eran grandes, mi padre y mis tíos habían sido fundadores del club. Pero el surfing tiró tanto y fue una pasión tan grande que decidí dejar el básquetbol. Hubo ahí un quiebre familiar que después se entendió. Mi padre también había sido nadador, un hombre de agua. Entendió todo, así que no fue tan grave la cosa.

1966. Desde la izquierda: Carlos Pardeiro, Jaime Mier, Joselo Semblat, Ariel González, Heber Parrillo.

En el libro contás que fuiste primero un surfista mental, y que luego te tiraste al agua. ¿Cómo era eso?

La mente humana es poderosa. Crea realidades políticas, creencias religiosas, mitos y leyendas. Construimos una realidad. Tu realidad es muy diferente a la mía, y la mía es muy diferente a la de todos los seres humanos. Cada uno interpreta la realidad de su propia percepción particular. La revista Surfer que me llegó, tenía muchas fotos, y eran fotos hermosas, algunas en colores. Y a mí el mar siempre me atrajo. Pero seguro, el surfing uruguayo nació pobre. Mis padre era obrero y mi madre ama de casa. No teníamos el recurso que pudieron tener por ejemplo los argentinos en Punta del Este, que ya en esa época, en el año 63, tenían todo su quiver de tablones de California. Con mi cuñado Jaime lo que hicimos fue un paipo de madera compensada, y con eso intentamos surfar. Pero imaginarnos parados en una ola y correrla todo el trecho, era todo imaginado. Y muchas veces era eso. Cuando había un pampero, ahí podíamos tener la euforia y el vértigo de correr con el cuerpo en una ola orillera. Y después nos sentábamos ahí y nos imaginábamos en esos pequeños rulitos que se formaban en la orilla, nosotros estábamos en él. Una catarsis espiritual hacíamos ahí. Por suerte en el 65, Jaime descubre la fábrica Dasur y tuvimos nuestra primera tabla.

También explorás mucho sobre lo que sería la verdadera esencia del surfing, el he’e nalu, contame un poco sobre eso.

Es un periplo largo. A mí siempre me gustó mucho la historia, la historia ciencia, la que tiene evidencia, porque de ella se aprende, educa a la humanidad. Siempre me gustó investigar, a lo largo de los años cuando conocí Perú y Hawái, me gustó conocer el origen, pude encontrar el origen real el he’e nalu. He’e significa algo que corre y nalu es ola. Ola que se desliza. Es una de las hipótesis que se maneja sobre el origen del surfing. Y bueno, todo eso lo pude expresar. Como educador físico que fui, siempre me apasionó el origen del juego. Por qué el humano juega, por qué otras especies de animales como el lobo, la ballena, el delfín o las toninas corren olas, juegan. Eso fue apasionante, el hecho de que muchas especies de la biota coincidieran en un juego. Lo que lo hace un pulso congénito y universal, no es propio del humano. No lo inventa el humano, sino que es congénito, nace con él. Y si nos referimos a la hipótesis de la historia de  la humanidad, de que la vida nace en el agua, tiene bastante coincidencia científica. Entonces el he’e nalu nace de esa pulsión lúdica que es el océano en movimiento, la forma de la ola.

Eso es parte de una cosmovisión totalmente distinta a la nuestra. Todo lo que es la cultura polinésica.

Según la cosmovisión lúdica hawaiana, cada criatura de la fauna o la flora tenía un alma, una energía que había que respetar. Y se vivía en una simbiosis con el resto de las criaturas. El abordaje que ellos tenían de la vida era orgánica, sustentable,  armónica, simbiótica. Y ahora estamos justamente en las antípodas de esta visión, que es materialista, inorgánica, depredadora del medio ambiente, inmediata, capitalista. Las cosas cambiaron. Hay que consumir, hay que usar y tirar. Hoy el surfista moderno puede llegar a tener un quiver de cinco tablas, y capaz que al año sale un avance tecnológico con un canal aquí, con menos peso allá, y bueno, hay que comprar. Es esa obsolescencia que tenemos como sociedad, la trasladamos a una expresión cultural, que es lúdica, que no tendría que ser así.

Familia.

¿Es posible escapar de eso hoy en día y conectar con las raíces del surf?

Yo creo que sí. Este pensamiento se comparte con miles de surfistas de alma en el mundo. Lo que se impone es una corriente mercantil. Pero hay muchos surfistas que capaz que solo tienen una tabla, e igual pueden comulgar y tener su espiritualidad con el mar sin problemas. Yo, que ahora estoy en mi vejez y mi cuerpo está bastante gastado, encuentro otra forma de comunicarme con el mar. Estoy nadando mucho, corro con el cuerpo o corro en el tablón acostado o arrodillado, y significa lo mismo para mí. El vínculo está. No se necesita un quiver de veinte tablas para decirse que uno es surfista. Capaz que ves a un a un niño en la orilla con un bodyboard o un viejito corriendo con el cuerpo y tienen una euforia y un éxtasis mayor que un surfista que está pegando un tubo allá adentro. Quizás lo hace por su propio gozo, pero también lo puede hacer porque le están sacando una foto, o porque el patrocinio le está exigiendo que tiene que correr ese día.

¿El humano moderno que surfea corre con alguna ventaja con respecto a los demás?

Para mí, acercarse a la naturaleza es un privilegio. Puede ser la montaña, el lago o el río, pero en este caso es el mar. El humano que puede acercarse a una fuente natural es un privilegiado, por el avance monumental que hay de lo urbano. La ciudad puede tener sus avances culturales, pero también es muy tóxica y en algunos casos puede ser letal, las emisiones en las grandes metrópolis contaminan el aire, el agua y los alimentos. Si uno trabaja en la ciudad y tiene un trabajo sedentario, y puede llegar a la casa, ponerse un short y tirarse ahí nomás en La Honda o en Pocitos a remar y a correr olas de barro, para mí es un privilegio. Porque desconecta con todo eso que lo estuvo apretando. Tiene la ventaja de ser un deporte autogratificante, contiene su propia felicidad. En el mar tenés un compañero formidable que te va a hablar de otras cosas, si estás atento. Cualquier surfista puede tener esa comunicación y entender ese lenguaje. Te ayuda a reflexionar, a ir para adentro. qué sos como humano, qué estilo de vida estás llevando. Incluso la parte de salud, si estás viviendo un estilo de vida saludable, qué estás comiendo. El surfing tiene esa capacidad de decirte, “mirá que si no comés bien no vas a rendir en el agua”. Puede conectarse con otros aspectos de la cultura y la vida.

Ariel dropeando una derecha

Justo te iba a preguntar qué otros aspectos de tu vida se conectan con el surfing. ¿Será que es todo una misma cosa?

A veces me cruzo con un vecino, y me dice «¿a dónde vas?» Yo le digo que voy a terapia, y me voy a nadar acá abajo. Siempre pienso que el surfista que entra de una manera al mar y no sale mejor, entonces no le sirvió para nada. Es como si se hubiese pegado un baño en la ducha. Si no deja en el mar por lo menos una reflexión, si hubo algún rencor o alguna discrepancia en la ciudad, y cuando entró al mar no pudo lavar eso, no pudo transformarlo o entenderlo mejor, el mar no le sirvió.

Está el fenómeno del localismo, hay gente que entra al mar a reclamar territorio. Viven en una playa particular, surfean en esa playa hace veinte años y de repente llega una mañana y tiene cinco o seis surfistas corriendo su pico. Él dice que es su pico, pero no es de nadie. Porque la naturaleza no es de nadie, nosotros la podemos disfrutar, pero hay gente que no entiende, entonces va y se pelea por una ola en el line up. Ese tipo de experiencias no tendrían que ocurrir si el humano que entra, lo hace con la actitud correcta, la de compartir. Los hawaianos compartían, en las comunidades que vivían se compartía lo que pescaban y lo que cosechaban. Ahora estamos todos muy locos, pensando en la propiedad privada, privatizar las playas, privatizar las olas, es una locura.